Hace unos años se eliminó al poeta renacentista del callejero granadino. Su matrimonio interracial en la Granada del siglo XVI, cuatrocientos años antes de que estuviera permitido en EEUU, permite una lectura crítica del derribo de estatuas españolas en ese país.
El martes 3 de octubre de 2017, entre aplausos entusiasmados de la prensa local, se inauguró la plaza del Centro Artístico de Granada. Necesario homenaje a una institución trascendental, sin duda. El problema, aunque callado por esa misma prensa, es que esa placeta que vigila el cruce de las calles Sarabia y Cuadro de San Antonio ya tenía un nombre: plaza del Negro, o del Negro Juan Latino, como fue rebautizada a principios de siglo merced a una absurda polémica que denunció el escritor José Vicente Pascual en 2008.
El Negro Juan Latino nació en Cabra en 1518 y sirvió en la familia de Gonzalo Fernández de Córdoba y Fernández de Córdoba, nieto del Gran Capitán y dos años menor que él. De ahí que viajara con éste a Granada cuando lo enviaron a estudiar artes liberales. Más que como paje y señor, su trato fue de hermanos. Entonces él era aún Juan de Sessa, pues de allí son duques el Gran Capitán y sus descendientes.
Lo que Gonzalo aprendía en clase, Juan Latino lo absorbía desde la puerta. No tardó mucho en ser diestro en la materia que le da apellido y en otras cuantas (monocordio, arpa, laúd, canto, gramática, etcétera), por lo que comenzó a dar clases a jóvenes de familias distinguidas. Un negro, amigo y sirviente del nieto del Gran Capitán, dando clase a los niños ricos de Granada. Esa es la historia.
Al poco tiempo fue manumitido por los duques de Sessa y obtuvo la Cátedra de Gramática y Latín en la Universidad de Granada y se considera que fue el primero de su raza en lograrlo. En esto, como en tantas cosas, Granada fue la primera.
En aquella pléyade de alumnos estaba la jovencita Ana de Carleval o Carvajal, hija de un Caballero Veinticuatro y pretendida por Don Fernando de Válor, futuro Abén Humeya. Ganó el astuto Juan Latino «y vino a casarse con ella / que gramática estudiaba», según resumió Lope de Vega. Tuvieron cuatro hijos mientras él seguía a sus clases, a sus poemas y a sus tertulias del grupo Poética Silva, donde coincidió con San Juan de la Cruz, Diego Hurtado de Mendoza y tantos otros.
El Negro Juan Latino conoció a Don Juan de Austria en su paso para aplacar la rebelión de los moriscos de Abén Humeya en las Alpujarras y empezó a adquirir nombre en la corte de Felipe II. Quizá por eso el presidente de la Chancillería, Pedro de Deza, le encargó que escribiera un poema sobre su gloriosa victoria en Lepanto: la Austriada Cármine (1573), anterior a la de Juan Rufo. Tan diestro era en el manejo del latín y tal fama adquirió que Cervantes lo cita como referencia en el prólogo del Quijote.
Granada mantiene eliminado el tributo a tan excelso prócer de nuestras letras. Él, que convenció a Felipe II para que los restos de los Reyes Católicos se quedaran donde están y no los llevaran al Escorial, caerá en el olvido por la desafortunada carrera a ninguna parte de los ofendidos profesionales. Si aquí permitimos esto, ¿cómo evitar que en los EEUU derriben estatuas de quien prohibió la esclavitud?
[Número 2 – 30 de junio de 2020 – página 1]