
La dedicatoria del libro se ha obviado sin justificación en algunas ediciones, aunque es un detalle nada insignificante. Ganivet, que estaba en Amberes, recibió noticia de la enfermedad de su madre el 16 de agosto de 1895, de forma que cogió un tren y llegó a Granada el 20 de agosto de 1895. La madre ya había muerto y al día siguiente Ganivet le confesó a su amigo Francisco Navarro Ledesma, Paco, el dolor profundo que sentía: «yo veo claro que se ha roto el más fuerte de los poquísimos lazos que me unen a las cosas de la tierra» (carta del 21/8/1895). Puesto que el libro lo escribió, según firma el propio autor, entre el 14 y el 27 de febrero del año siguiente, 1896, se trata de un tributo funerario a su queridísima madre.
Es necesario señalar que la dedicatoria es la primera mitad de un todo culminado con la dedicatoria de Idearium español (1897), dirigida «A don Francisco Ganivet y Morcillo, padre del autor: artista y soldado». Continuación de la serie que fue sin duda consciente e intencionada, porque tienen la misma estructura (persona, relación con el autor, cualidades), ambas se firmaron en 1896 (febrero la de la madre y octubre la del padre), ambos estaban ya muertos (el padre desde 1875 y la madre desde 1895, como se ha dicho) y están cada una en una obra que responde a las particularidades del destinatario (a la madre, «amantísima de su ciudad», le dedica la exégesis de Granada y al padre, «artista y soldado», hace lo propio con la propuesta regeneracionista de la Patria).
Del amor de Doña Ángeles por su ciudad se puede sospechar bien poco; según le contaron a su hijo y él lo retransmitió a Navarro, «la última noche empezó a tener alucinaciones, diciendo a todos que si estaban ciegos y no veían a la virgen de las Angustias que no cesaba de llamarla, y por último se quedó dormida y muerta riendo, a eso de medianoche». ¿Hay mayor muestra de amor a una ciudad que la filiación sincera y escatológica a su excelsa Patrona? Es una cuestión que Ganivet jamás percibiría como religiosa en el sentido piadoso, sino como mera proyección identitaria; en la misma Granada la bella se refirió a ese apego mariano de cualquier granadino: «Ved a ese hombre que a la puerta de un ventorrillo, al calor de una “maceta”, disparata contra Dios y los hombres, y dice no creer en la camisa que lleva puesta: es probable que al entrar en la población, al pasar por las Angustias, entre en el templo a hacerle su visita a la “abuela”. No digamos que es un majadero, porque entonces nos insultaríamos a nosotros mismos» (cap. VII).
Para reforzar la hipótesis, debo apuntar que en enero de 1896 Ganivet ya tenía terminada la novela La conquista del reino maya…, que vio la luz en abril de 1897, pero no se le ocurrió dedicarlo a ninguno de sus padres -ni a nadie, de hecho-, por mucha nostalgia que tuviera de ellos y orgulloso que estuviera de su creación. Les dedicó los que quiso, aunque uno lo acabara un mes después y el otro tardara aún nueve más.
Por otra parte, la intencionalidad de la dedicatoria es palmaria ante la irrelevancia inicial de la obra y el relativo desprecio con el que la trató. Comenzó siendo un compromiso personal que adquirió con Luis Seco de Lucena, director de El Defensor de Granada (carta del 17/2/1896), en cuyo periódico, en efecto, se publicaron sus doce artículos por separado, y al final la edición unificada no fue más que el producto de una voluntad, que bien pudo ser la de dedicar el libro, para lo cual encargó una edición privada. Ganivet le indicó a su amigo Paco Navarro haber «impreso algunos ejemplares sólo porque haya algo impreso en este rinconcito de Finlandia, donde creo que no se ha impreso jamás nada en español» (carta del 12/8/1896), a lo que añadió que «no pienso enviar ejemplares a nadie de Madrid»; y a Seco de Lucena le remitió nueve ejemplares con la advertencia de que «se trata sólo de una edición para dentro de casa y por lo mismo que es así y que no está destinada a la venta, le participo que si desea más ejemplares […] no tiene más que decírmelo» (carta del 19/8/1896).
Sabiendo lo del «capricho» de publicar en español en tierras finlandesas (algo no exento de riesgo, como es lógico, ya que «si se hace la impresión sin correcciones, al primer golpe resulta inventada una nueva lengua», según la citada carta del 13/8/1896) y, rastreando su epistolario, que es algo así como el diario íntimo de Ganivet, encontramos que no fue más que un divertimento. Ya había advertido que no pretendía que saliera una cosa «demasiado seria» (17/2/1896), aunque de hecho dudaba «que Seco los publique porque teme mucho perder una suscripción e indisponerse con nadie y yo digo cosas algo duras» (24/2/1896). Pero se publicaron y él reclamó insistente a sus hermanos que le enviaran los recortes a Helsinki, ya que él había enviado los artículos en cuartillas manuscritas y quería tener las versiones impresas definitivas; el VII, «Nuestro arte», que no le llegaba, lo pidió al menos pedir cuatro veces.
La decisión de publicarlos reunidos, en cualquier caso, la tomó alentado por su entorno, donde «algunos me aconsejan que haga un libro […]; no sé lo que haré, aunque me gusta tan poco todo lo que me sale» (27/4/1896) y «todos los amigos desean que forme con los doce artículos un libro, para que no se pierdan del todo» (4/5/1896). Y, si bien cedió a la tentación, no varió su opinión sobre el trabajo, que siguió siendo «un manojo de artículos» (6/5/1896), «el opúsculo ese» (10/9/18960), «un atado de disparates incoherentes sin clasificación posible» (19/10/1896) o un simple «folletillo» (15/4/1897).
Insisto, pues, en la tesis de que no encontró otra forma de redimir el texto que convertirlo en homenaje póstumo, fruto de la «piedad filial» -diría Melchor Almagro-, a su madre.
[Número 3 – 15 de julio de 2020 – página 4]