Paraíso cerrado

[Número 6 en versión clásica]

El día 17 de octubre de 1926, Federico García Lorca leyó en el Ateneo de Granada la conferencia Paraíso cerrado para muchos, jardines abiertos para pocos, título del precioso y complejo libro del poeta culteranista Pedro Soto de Rojas (Granada, 1584-1658), a quien aquella temporada el Ateneo rindió varios homenajes.

De la conferencia no se conservan ni el texto original ni la transcripción íntegra, sólo unas notas autógrafas, un resumen del periódico El Defensor de Granada y las notas de prensa de sus posteriores repeticiones en la Residencia de Estudiantes (1928) y La Habana (1930). Nuestro acceso a ella es, por lo tanto, parcial y tiene el sesgo de quien intentó reproducirla en la edición de sus obras completas.

En cualquier caso, conocemos su tónica general. Siguiendo esa recreación de las palabras de Lorca, sabemos que éste dijo -de forma aproximada- que «Granada ama lo diminuto. […] El diminutivo no tiene más misión que la de limitar, ceñir, traer a la habitación y poner en nuestra mano los objetos o ideas de gran perspectiva. […] Granada, solitaria y pura, se achica, ciñe su alma extraordinaria y no tiene más salida que su alto puesto natural de estrellas. […] Por eso, la estética genuinamente granadina es la estética del diminutivo, la estética de las cosas diminutas».

Después de disertar en tono poético sobre lo diminuto y su relación con el carácter local, llega a la conclusión de que la primera parte del título que Soto de Rojas le puso a su precioso y complejo libro, Paraíso cerrado para muchos, es nada menos que «la más exacta definición de Granada».

EL MURO DE LA VERGÜENZA

Cuando uno se aproxima a Granada desde la costa, bajando ya del Suspiro del Moro y dejando atrás el bosque de unifamiliares con piscina que flanquea la carretera, se topa con un inmisericorde muro de hormigón: el famoso PTS. Continuar la carretera en dirección Jaén-Madrid no mejora la situación, porque después llega una molicie bancaria, a continuación otra molicie bancaria, después un molicie hospitalaria… Granada podría aparecer al viajero coronada por la Torre de la Vela, pero lo hace rodeada de horribles edificios que parecen custodiar una sofisticada urbe de rascacielos y modernas industrias. La realidad, como bien sabemos, es mucho más triste: dentro no hay más que una ciudad volcada en buscar la mejor tapa y en sacarle los cuartos al turista, previa conversión de sus monumentos en un siniestro parque de atracciones.

Quizá Granada amó lo diminuto, pero ahora alguien ha falsificado ese amor, la ha encajonado con la circunvalación y, como si dudara un poco de la eficacia de esa muralla china, ha colocado alrededor estratégicos edificios altos.

Lejos de nosotros el ludismo, que no se vean aquí arranques primitivistas: no negamos -¡más allá, lo exigimos!- la necesidad de reconstruir una industria regional fuerte cuya solidez permita de una vez por todas a estos pueblos dar la patada en el suelo para evitar ahogarse, pero sí reivindicamos que se haga con cierto sentido de la estética.

EL MONUMENTO FUNERARIO

En 1981, Juan-Alfonso García, organista de la Catedral de Granada, compuso Paraíso cerrado, una pieza musical de homenaje a Pedro Soto de Rojas por encargo del Festival Internacional de Música y Danza. Como es lógico, para ello recogió fragmentos de Paraíso cerrado para muchos… La obra fue estrenada el año siguiente con gran éxito y, en la introducción del libreto, Juan-Alfonso afirmó que «el “carmen” de Soto de Rojas encierra toda la mística a la que el granadino aspira».

Tenía razón (fue discípulo de Valentín Ruiz Aznar, sí, pero podría no tenerla: era un sacerdote que no se vestía de sacerdote, lo cual es siempre sospechoso); tenía razón, digo, pero resalto el pretérito imperfecto. ¿Qué diantres significa hoy un carmen? De ser el exponente de la vivienda albaicinera, de ser la aspiración de todo granadino, de ser la sublimación de una casa, ha pasado a ser pasto de hotelillos, bares, dispensarios de comida basura y museos, o capricho de jeque qatarí. Desaparecen las calles de vecinos y se convierten en calles de clientes. Con que ya no hay nada que albergue «toda la mística» a la que aspirar.

La consecuencia inevitable es la muerte del barrio. Para evitarlo, el Ayuntamiento puede primar la mudanza de vecinos (sentido inverso al malhadado éxodo que provocó hace décadas hacia Almanjáyar) o puede confundir causas y consecuencias, liarse una manta turca a la cabeza y salir corriendo.

Y eso hacen, para no decepcionarnos. Ahora han anunciado que el Albaicín contará con «máquinas reproductoras de sonidos y olores típicos del barrio»…

Puede el lector sospechar la clase de exabruptos que caben en esos puntos suspensivos y que no reproducimos, aunque los pensemos, por decoro periodístico y cristiana caridad.

Al margen de que sea una ocurrencia propia de mentecatos, una absurdez birriosa y una cutre guarrería, la «fuente de olores», si la colocan, será el perfecto monumento funerario bajo el cual los poetas puedan dejar sus elegíacos versos por la muerte de Granada.

EL CHANTAJE DE ASJARIS

Basta de generalizar, bajemos al barro.

Casa Asjaris, en la calle Zafra, es la colección privada de Juan Manuel Segura y Francisco Jiménez y supera, aseguran, las 700 piezas.

«Es, probablemente, la mayor en manos privadas que existe en la provincia de Granada. Una colección única, entre otros aspectos, por contar con cinco obras de Pedro de Mena, algo que no ocurre, bajo el mismo techo, en ningún lugar del mundo». Con esas palabras comienza la noticia con la que el pasado 16 de agosto de 2020 el periódico Ideal decidió fastidiarnos el desayuno. «Casa Ajsaris se plantea irse de Granada» porque, según avanzaba el diario, «sus propietarios han recibido una oferta en firme de una ciudad andaluza, que deben responder en breve».

Los dueños reclaman (de nuevo, pues son reincidentes en el asunto) una ayuda pública y quieren que el Ayuntamiento se haga cargo de encontrar un espacio para la exposición. Para ello, han llegado a proponer que sean el Convento de la Concepción o la controvertida Casa de Ágreda. ¡Nada menos!

Volvamos por un segundo a los fondos de la colección. Por la perspectiva del asunto y etcétera. No sólo contiene cinco obras de Pedro de Mena: hay también de Pablo de Rojas, Bocanegra, Risueño, Fortuny, Isidoro y Enrique Marín, Joaquín Agrasot, Gómez-Moreno, Ruiz Morales, Ruiz Guerrero, López Mezquita, Rodríguez Acosta, Gabriel Morcillo… ¿Tiene el Museo de Bellas Artes un fondo parecido del siglo XIX? No. Alguna pieza meritoria y, en algún caso, quizá las principales de sus autores, pero parece que, en cantidad, no se aproxima.

Ante la oferta para llevarse su exquisita colección, defienden los propietarios que se lo están planteando «porque podremos instalarlo en un lugar preeminente, con una adaptación que dirigiremos nosotros mismos. Además, han aceptado todas las condiciones previas que hemos planteado, sin poner ni un pero». Es decir, buscan un espacio adecuado, pero quieren mantener la gestión. Aspiración legal, pero ilegítima, inoportuna y desordenada.

¿A qué juegan el Ayuntamiento, la Diputación o la dichosa Consejería de Cultura? ¿Qué hacen las fuerzas vivas? ¿No hay ningún organismo público, semipúblico, privado o mediopensionista que se interponga? ¿Nadie va a hacer nada?

El propietario de una obra de arte, igual que el de una barra de pan, un abrigo de paño o un vespino, puede hacer lo que le venga en gana con ella. ¡Faltaría más! Pero si se trata de carne cruda de nuestra Historia, ni esos organismos preocupadísimos por «nuestro acervo cultural» pueden permitirse desaprovechar tamaña oportunidad, ni esos propietarios pueden someter a chantaje a la ciudad sin que el pueblo los corra a gorrazos y se los declare personas non gratas. Por algo así se montó la del Dos de Mayo.

Granada ama lo diminuto, vale, pero, sobre todo, se despreocupa demasiado por lo propio. Apenas se han quejado un par de columnistas en Internet.

CUESTIÓN ISABELINA

Claro, que la cosa viene de lejos. Hace un par de días el filósofo Jon Juaristi se quejó de la falsificación histórica a la que Isabel II sometió a la ciudad de San Sebastián.

«Como los veranos de la época isabelina eran largos y aburridísimos, y además la costa del Cantábrico tiene un clima criminal, tuvo que inventarse algunas diversiones para entretener a la peña entre mayo y octubre, como, por ejemplo, las regatas de traineras, los partidos de pelota, el arrastre de piedra, el levantamiento de piedra, los concursos de partir piedras con barras o con el rabo de la boina, los de versolaris y aizcolaris, las sardanas vascas y, según algunas malas lenguas, incluso el dialecto guipuzcoano del eusquera» (ABC, 30/VIII/2020).

Es sabido que en el sur de España hizo otro tanto. Ansiosa siempre de jarana, -o por remediar la, digamos, falta de interés por ella de su esposo-, Isabel II recorrió los reinos del mediodía peninsular de jarana en jarana. Y nadie mejor para éstas que los gitanos, de modo que la aristocracia y la alta burguesía, palmeras siempre, emularon de tal forma el entretenimiento regio que se acabó identificando el folclore sureño con lo que hoy, allende los mares, es «lo andaluz» y antes era sólo cosa romaní. Después, merced a Javier de Burgos (maldito sea su nombre), aquel esperpento alcanzó a Granada.

¿Habría hecho lo mismo Don Carlos? Le dio por asaltar Bilbao contra todas las recomendaciones de su estado mayor y nunca lo sabremos. Quizá por Bilbao se perdió Granada, cuyos voluntarios y voluntariosos alpujarreños perdieron la apuesta.

Poco a poco se fueron disolviendo las muestras más características de la cultura granadina y, al tiempo, quedaron atrás las polainas cortas, los sombreros de catite, las albarcas, los marselleses y todo cuanto rezumaba costumbrismo local, siempre en beneficio -espurio y oneroso- del nuevo centralismo. Todos tocando palmas al son de unas sevillanas.

Y lo propio… escondido.

QUE SE MUERA EL CIVISMO

Es decir, el paraíso cerrado para todos. Porque el paraíso es la calle vivida, no convertida en expositor de bares y hoteles; es el palacio en uso, no transformado en parque de atracciones; es el arte expuesto, no exiliado por abulia; son las iglesias para rezar, no travestidas de salas de exposiciones.

Lo diminuto, lo diminuto; lo enano. El esquema pequeño. La supervivencia como única aspiración. Restaurar para conservar en formol, no para usar.

De vez en cuando surgen canciones que resumen bien el espíritu de una ciudad. Joaquín Sabina compuso «Pongamos que hablo de Madrid», Los del Río cantan «Sevilla tiene un color especial», Doctor Deseo hace lo propio con «Morirse en Bilbao» y tantos otros ejemplos. El grupo Supersubmarina incluyó en su disco Electroviral (2010) el tema «LN Granada», perfecto resumen del problema:

Sería capaz
De cambiar el calendario lunar
Para verte aquí en Granada un día más

Podría llegar
A escalar esta montaña polar
Y a tu lado aterrizar

Del Veleta al Sacromonte sin mirar
Podría viajar a
A Graná con mi nave espacial
Y el Paseo de los Tristes alegrar
Si te pones a bailar
Las estrellas nos alhambran al pasar

Siendo tan pequeño el universo ¿cómo pudiste caber allí?
Siendo tan eterno este momento ¿cómo me voy a querer morir?
Para quedarme sin ti

Y bailar con la muerte no es un plan
Yo prefiero que me mates tú a bailar

Uno echa en falta algo de nostalgia. Está bien el neologismo audaz de «alhambrar», contribución certera que merece un merecido espacio en la poética patria, pero no todo es eso. La mera contemplación destroza el objeto deseado. Uno echa en falta algo de crítica que sí podemos ver en una canción que se ha unido a la nómina de las antes mencionadas, la de «Gijón» de Pablo Und Destruktion. Su letra dice lo que no decimos aquí:

…En el puerto de Gijón se caían las paredes
Saludaban, riendo, putas en los burdeles
Preguntad a Rambal si lo veis en el cielo
Mejor diez puñaladas que un minuto con miedo

En el puerto de Gijón todo ha cambiado mucho
Solo importa el dinero, ¿dónde quedó el orgullo?
Era lo que querían, malditos europeos
Volvernos puritanos, blandos, gordos y muermos

En el puerto de Gijón ahora andan los puristas
Haciéndole mil fotos al árbol de la sidra
Esto era el progreso, esto era nuestra vida

Que se muera el civismo y viva Cimadevilla

Destructivo como el nombre de guerra de su autor, pero eficaz. Ese es el mensaje, ese es el tono.

SAN JUAN DE LA CRUZ AL RESCATE

Acabemos este singular número de Alcaicería, más catilinaria o J’accuse zoliano que boletín de novedades y propuestas, con un toque optimista. Este verano se han inaugurado unas nuevas etapas del Camino de Santiago siguiendo los pasos de San Juan de la Cruz desde Granada.

El Camino Real parte de la plaza que lleva su nombre, en lo alto de la calle de San Matías (convento carmelita donde predicó el excelso poeta), y la primera etapa acaba en el cruceiro de granito que hay en la parroquia de San Isidro, de El Chaparral (Albolote). Sigue después hasta Toledo, donde se une a la ruta jacobea que sale de Valencia. Con el Camino Mozárabe ya consolidado, esta segunda propuesta para llegar a la tumba de nuestro Santo Patrón liga la centenaria devoción jacobea en Granada con la estrecha relación del Doctor místico con la ciudad. Granada, paraíso cerrado… «¿Adónde te escondiste, / Amado, y me dejaste con gemido? / Como el ciervo huiste, / habiéndome herido; / salí tras ti clamando, y eras ido». Lo encontraremos. Se abrirá.

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